jueves, 28 de enero de 2010

Por si vuelves

Esta tarde pasé junto a tu trabajo. Pensé en parar y entrar porque hacía mucho que no te veía. Parece mentira, hago todos los días el mismo recorrido y nunca paro. Ahora que lo pienso, me entra un cierto sentimiento de vergüenza. Las pocas veces que hablamos por teléfono siempre acabamos la conversación con el típico: "A ver si quedamos un día de estos a tomar un café", pero ese café nunca llega. Somos unos dejados. Hoy es diferente; quiero darte una sorpresa. Entro por la puerta de tus oficinas y pregunto por tí a la chica de recepción. Un poco sorprendida me pregunta que de parte de quién. Le digo que soy un amigo. La sorpresa se torna en preocupación. Me dice con voz apenada que hace cosa de un mes dejaste el trabajo, que al preguntarte el por qué le respondiste que te apetecía abandonar por una temporada la ciudad con el fín de encontrarte a ti misma. Este momento creo que es uno de los pocos en que dos personas (la recepcionista y yo) entran en ese raro trance de simbiosis sentimental, sintiendo una empatía profunda el uno hacia el otro. Uno de esos pocos momentos en los que sabes perfectamente lo que siente la persona que tienes delante, no porque seas extremadamente inteligente, sino porque siente precisamente lo mismo que tú.
¿Un mes?, ¿tanto hace que no hablamos?. Obviamente no, hace aún más...
Salgo de la puerta con un sentimiento extraño en mi cuerpo. Yo, que soy de los que tiene buen saque, que había venido precisamente a invitarte a comer, de repente, no tengo hambre. Yo, que ante el mínimo síntoma de estrés me enciendo un cigarrillo, acabo de tirar el paquete. Siento que mi cuerpo no es el mismo que conocía hasta hoy, que por primera vez mi cuerpo se alía con mi mente para llevar el sentimiento de frustación compartido. Me mantengo incrédulo ante la idea de haberte perdido, de que te hayas ido, de que ya no estés. Empiezo a culparnos (porque en el fondo era por "culpa" de ambos) de no haber quedado más amenudo; a recordar lo bien que lo pasábamos las veces que estábamos juntos; a preguntarme por qué no hacíamos planes con más frecuencia...
Ahora solo me queda el compadecerme de nosotros por no haber aprovechado todo aquello que tuvimos y despreciamos inconscientemente, que nunca volverá porque ya se fue. El sentimiento de compasión es el peor de los sentimientos que uno puede tener hacia otro o hacia si mismo, porque le convierte a éste en débil y los demás le tratan como tal.
Me doy cuenta de que eso no es lo que quiero para el (mi) futuro, que la compasión y el recuerdo no pueden alimentar los sueños venideros, que eso solo sirve para ver las trazas del camino recorrido, pero que no iluminan el camino por andar. En lugar de eso prefiero pensar en el día que te vuelva a ver, porque se que algún día volverás, que algún día te encontrarás a ti misma, o por lo menos con esa ilusión me voy a quedar. Prefiero pensar en todas las tonterías que te contaré, en cómo me vestiré, en dónde te llevaré, en cómo planearemos la siguiente cita, porque si algo he aprendido de esto es que no dejaré pasar más cafés.
Al final, de todo lo negativo nace algo positivo. Me he (has) convertido en una persona nueva. He aprendido lo que para mí tiene valor en esta vida. Muchas personas pasan por ella sin ni siquiera haber conocido qué es lo que realmente les importaba, lo que de verdad tenía valor para ellas. Yo, afortunadamente, aunque tarde, he conseguido aprenderlo. Y lo mejor de todo, se que en lo que me queda de vida lo voy a aplicar. Espero que vosotros también.

P.D.: Por si vuelves, que sepas que soy el mismo, solo que con un punto más de sabiduría, aquello que me enseñaste posiblemente de forma inconsciente.

No hay comentarios: